Había esperado mucho tiempo, de eso era conciente.
Días y noches de vigilia tan solo pensando en las posibilidades, en puros cálculos y especulaciones. Un estado de pseudo trance, un nirvana barato que duraba demasiado y no aportaba nada.

Odiaba quedarse solo. Sabía que en el preciso momento en el que las luces se apagaban, en el instante en el que los sonidos enmudecían, los pensamientos lo iban a abrumar. Odio y a la vez un poco de morbosidad, una gélida satisfacción.
No había un solo momento del día que no reviviera, imitando una burda película amateur, en donde todos los momentos se fusionan en una grotesca comedia. Sin embargo... buscaba la soledad.

La conoció en una plaza. Al atardecer, cuando el sol declina y el viento frío empieza a calar los huesos. Ella estaba allí, cigarrillo en mano, un saco de lana largo, medias rayadas, pollera tres cuartos y un sweater que solía pertenecer a algún colegio, pero que ahora a raíz de modificaciones y personalización era una pieza de diseño con incontables detalles, tantos que la vista se perdía al recorrer la prenda. Tenía un libro en la mano y seguía leyendo a pesar del frío descolocador y de la poca luz que quedaba antes de que se prendieran los vagos faroles de alumbrado público.

Se quedó embelesado, observando con curiosidad. No obstante ella no se dio cuenta de su atormentado espectador, compenetrada como estaba en quién sabe qué trama, . Él se ubicó en un banco semi-cubierto por unos árboles deformes, que le permitían seguir mirándola con la seguridad de no ser descubierto en su propósito.


Continuará...